Jue. Abr 25th, 2024

La discriminación por su color de piel la ha llevado al encierro


La joven que da vida a esta historia, hace unos años que ha “dejado de vivir”. Los constantes desplantes recibidos en discotecas y otros lugares a los que se le ha impedido la entrada la tienen sumida en una profunda depresión.

  • Para salvaguardar su salud mental, la licenciada en Administración de Empresa lleva varios años recibiendo ayuda psicológica. 

Marta Quéliz

Santo Domingo

Ella  es de clase media. Tiene solo 26 años y a duras penas logró hacerse de una carrera universitaria para cumplir con sus padres. En su infancia, no entendía lo que era la discriminación. Le tenía otro nombre. A temprana edad, también sintió las miradas de “arriba abajo” que les echaban algunas madres de sus compañeros de colegio. “Creía que no les caía bien”.

Todo lo podía aguantar porque la niñez no conoce el rencor. Claro, las acciones desfavorables, sí suman peso al sano desarrollo de un niño o una niña. “Yo sola me preguntaba que por qué me rechazaban, si yo era una niña como las demás, un ser humano como todos”. Las lágrimas comenzaron a salir, pero sin impedirle continuar con su relato.

“Fui creciendo y acostumbrándome a estos desplantes que, aunque usted no lo crea, son más comunes de lo que parece. Recuerdo que llegué a ir a cumpleaños de amiguitos y me daban siempre lo peor. Bueno, no siempre, debo decirlo, porque recuerdo a doña Angélica, que siempre me trató con cariño y respeto, igual que a los demás. El caso es que desde chiquita traigo este complejo, que no es infundado”.

No puede contener el llanto porque duró años tratando de ignorar esa realidad.

La joven, que para esperar al equipo de LISTÍN DIARIO se vistió con un pantalón blanco, camisa azul con pequeñitos estampados y unos tenis gris y negro, no quiso fotografías. “No me retraten, hay muchas yo ahí afuera. Soy esa negrita común que puedes encontrar en cualquier esquina”. Se le hizo la observación respecto a que ella misma, con ese comentario, se está discriminando, y su respuesta fue: “No pasa nada si lo hago yo, otros lo han hecho toda la vida sin ser mis dueños, entonces, ¿qué más da?”. Se le respetó su reacción.

Una adolescencia dura

Cuando la dueña de esta historia cumplió sus 15 años, sus padres, como es costumbre en el país, quisieron halagarla celebrando por todo lo alto el acontecimiento. “Yo estaba muy feliz. Invité a un grupo de amigas y amigos, y fueron. La pasamos muy bien, hasta que la madre de una de las chicas hizo un comentario: ‘Oh, pero te ves bonita con esa ropa, ¡y hasta blanca te ves!’. Yo quería morirme”. Respira profundo y sigue: “Y le voy a decir algo, hay padres y madres que son más crueles que los propios muchachos, de hecho, son ellos muchas veces, los que le meten en la cabeza el racismo”. Su rostro muestra lo mucho que esto la marcó, pues lo recuerda con evidente dolor.

El tiempo iba pasando y eran muchas las acciones que se encargaban de ir “construyendo” el trauma que hoy mantiene a esta joven encerrada en su casa. “Solo salgo a cosas puntuales. Trato de trabajar en la casa. Un primo que vive fuera del país tiene un negocio y yo trabajo todo lo que es redes, ventas ‘online’ y así no tengo que salir”. Este estilo de labores la ayuda a mantenerse donde quiere estar, pero no contribuye a que merme su depresión.

Para salvaguardar su salud mental, la licenciada en Administración de Empresa lleva varios años recibiendo ayuda psicológica. Aunque ha optado por no permitirle a nadie que hiera sus sentimientos, admite que una de las formas más seguras para lograrlo es quedándose “donde el capitán no me vea”.

Dos intentos fallidos

Estudió en una universidad privada, y en honor a la verdad, comenta que a veces escuchaba comentarios desafortunados, pero que no le hacía caso. “Sabía que tenía que estudiar, pero una vez terminé la carrera, decidí apartarme de todo, y así lo hice. En una ocasión ante los ruegos de una amiga, la acompañé a una fiesta. Uffff, lo peor que me ha pasado, no me dejaron entrar, y no tuvieron que explicarme el porqué”. Aquí se le aguan los ojos a quien más adelante le hicieron lo mismo en otra discoteca “donde no entran los moños malos”.

“Ya he ido haciendo las paces con eso de vivir en una sociedad elitista, pero mantengo mi posición de quedarme aquí, donde somos todos iguales, mis padres, mis dos hermanos y mi sobrinito cuando viene a visitarnos. No hay diferencias, no hay rechazo… Aquí mis emociones están seguras”. El encierro es su refugio y todos respetan su decisión. 

“En pleno siglo 21, aquí hay sitios de distracción donde discriminan”

“El hecho de que yo haya decidido no salir para evitar el comportamiento repugnante de algunas personas, no quiere decir que yo sea una ignorante. De hecho, eso lo he hablado con mi psicóloga, y ella me respeta esa parte. Porque no es solo lo que me han hecho a mí, es lo que le hacen otros, me duele mucho cuando se discrimina a la gente”. Termina esta cita llorando y contagia a los presentes.

No es que su familia sea más fuerte que ella porque sale a las calles y le da “tes pitos” lo que le digan, “no es eso, es que todos somos diferentes, a mí me afecta la desigualdad, a mí me molesta la hipocresía, la gente que se siente todopoderosa, que humilla, que daña…”. No pudo terminar.

Un poco repuesta, hace énfasis en que aquí y en muchos países del mundo “en pleno siglo 21 hay sitios de distracción que discriminan. Y no te voy a decir que se pueden reservar el derecho de admisión porque es su establecimiento, pero aun así, deben respetar a la persona como ser humano, no maltratarla y tratarla como un objeto que va a echar a perder su decoración ‘inmaculada’ de clientes blancos”. Es triste escucharla y se siente mucho dolor en su palabra, pero es muy inteligente y entiende que esto debe acabarse.

Papel de las autoridades

En estos tiempos en los que tanto se habla de igualdad e inclusión, no se ha logrado acabar con el tema más sensible que es la discriminación por el color de la piel o por la pobreza. Esa es su opinión.

“Inclusión no es sinónimo de lograr privilegios para una población equis, es sinónimo de todos somos iguales, no importa quién eres y de dónde vienes, eso es lo que las autoridades deben hacerles ver a los dueños de negocios que discriminan. Aquí debería existir un reglamento, algo que los obligue a cumplir con ese compromiso. Porque está bien que se reserven el odioso derecho de admisión, pero que esto se dé porque alguien tiene un comportamiento inadecuado que puede dañar la imagen del establecimiento, pero no porque usted tiene los moños malos, usted es negra, es pobre… ¡por Dios¡…”.

Ella está consiente de que la diversidad permite que cada quien tenga su opinión respecto a diferentes temas, lo que no comparte es que se hagan marchas y se sostenga un discurso potenciando el término igualdad cuando realmente lo que se está buscando es solo privilegios para una determinada población. “No he escuchado a nadie salir a protestar porque en la discoteca equis (que todos conocen) no dejan entrar a la gente de piel negra, o con el cabello crespo”. Lo dice con firmeza.

Recuerda que el hecho, que hace poco se ‘viralizó’ en las redes porque a una chica no la dejaron entrar a un restaurante, es la muestra de que con unas palabras “aclaratorias” ya todo “se resolvió”. “Pero eso no es así. Te aseguro que ahí y en muchos otros sitios más continúan negándoles la entrada a personas, que como yo, no cumplimos con sus requisitos elitistas para comer, tomar o bailar en su negocio”. Este comentario es corroborado por alguien que estuvo presente en la entrevista y que también ha sido víctima de discriminación.

“A mí me han hecho ‘bullying’, me han dicho prietica, negrita y hasta cacatica, y de verdad, me da igual, pero no niego que hay días que me afecta, pero sigo mi vida”. El comentario fue de una de las amigas de la dueña de esta historia.

Al retomar la palabra, la joven que aceptó hablar con reporteros de LISTÍN DIARIO con la petición de que no se haga un “circo de mi historia”, le aclaró a su amiga: “No podemos confundir el ‘bullying’ con la discriminación, ‘bullying’ se le hacen a cualquiera, pero hacerte sentir menos que nada, atentar contra ti como ser humano, eso no tiene nombre”.

Acomodándose para terminar la entrevista, la chica segura que su familia ya la ha dejado tranquila, “pero al principio me tenían loca con eso de que no hiciera caso a nada, que saliera, y así. Ya respetan mi decisión, saben que la depresión forma parte de mi vida, que hay días mejores que otros”. Concluye no sin antes dejar claro que “la pandemia ha reforzado el racismo, ahora hay más intolerancia, más crueldad y menos humildad. Pero estamos a tiempo de evitar que otras personas vivan lo que yo estoy viviendo entre cuatro paredes”.