Daniela y yo discutíamos todos los días. Le molestaba que editara sus trabajos, y cambiara palabras “bello” por “hermoso”, “en el marco” por “en ocasión” y “desapercibido” por “inadvertido¨, entre otras.
Luis Beiro
luis.beiro@listindiario.com
Daniela Pujols vino de la UASD. Fue mi talón de Aquiles. Me enfrentó durante su pasantía. Todo ocurrió durante su formación como redactora en Listín Diario. Al principio, sobresalía su discreción, pero un día descubrió que tenía alas y quiso volar. Aprendió mucho. Pero tuve que cortarle el paso para que no se creyera tener a Dios agarrado por las barbas. Hoy lo reconoce y ya es una profesional reconocida. Además de su segundo padre, soy fiel a su amistad. Dócil en apariencia, pero enérgica, en resumen, éramos como perro y gato. Discutíamos todos los días sobre formas, maneras y estilos del periodismo. Le molestaba que editara sus trabajos, que cambiara palabras “bello” por “hermoso”, “en el marco de” por “en ocasión” y “desapercibido” por “inadvertido ¨, entre otras. Me miraba con malos ojos cuando recortaba sus historias, aunque estuvieran bien escritas. Yo lo hacía para bajarle los humos. Estaba convencido de que iba a llegar lejos (en una sociedad machista) aunque se ofendiera y pensara en mí como “un viejo gruñón”.
Si le dedico esta crónica no es por consentirla. En ella descubrí madera profesional, capaz de asumir consecuencias.
Hoy, también es mi confidenta. Cuando año anda mal, o tengo duda sobre algo, le escribo o la llamo en busca de consejos. Ella por igual hace conmigo. Su esposo, Dalton Herrera, también fue pasante de Listín, me agradece mi deferencia con su pareja.
En el primer viaje junto a su promoción de pasantes a la Feria del Mango de Baní, Daniela llego a la empresa fuera de horario. Tuve que partir sin ella, pero su actitud fue un ejemplo inolvidable y de paso, una lección ante el grupo. Tomó un vehículo público y persiguió al transporte del Listín hasta un lugar determinado donde pudo abordarlo. Fue como una hija más. El sentido de responsabilidad y el respeto hacia sus compañeros también se enseña durante la pasantía.
Soy amigo de su padre, don Daniel Pujols, a quien he visto pocas veces en mi vida, pero las suficientes para descubrir en él a un hombre de familia, a un servidor público intachable. Cuando puedo, le envío libros de historia dominicana, sus lecturas preferidas. Lo conocí en ocasión de otro viaje de Daniela por una calle cercana a su casa. Con el sol casi afuera y la imposibilidad de encontrar su vivienda por aquellos caminos donde la mano de instituciones, gobiernos y empresarios no llegaba con la regularidad requerida, él se prestó a servir de chofer para su hija. La condujo en su auto hasta el lugar convenido y no dudó en ponerla en mis manos. De una vez descubrió en mi rostro a un interesado en enseñar periodismo y normas de conductas a su hija. Me saludó con respeto: “Buenos días, doctor”. Ese título académico que por halago me endilgó se ha quedado hoy como mote simpático que colocó en mi boca cuando hablamos de él, de su profesionalidad y entrega a sus hijos. Significa afecto entre ambos.
Su grupo de pasantes (2014) viajó mucho por el país. En aquella época todavía respiraba el minibús que algún nombró “La guarandinga” y en él nos desplazábamos los fines de semana a Baní, a La Vega, Santiago, San Cristóbal, Azua y otras regiones. Todavía el periodismo impreso dominaba. Era mi interés enseñarles dónde vivían, porque la República Dominicana no era solo la ciudad de Santo Domingo.
En uno de esos viajes, el vehículo amaneció dormido como en el cuento de Blanca Nieves después de morder la manzana envenenada y todos combinamos ir a Puerto Plata en transporte público. En La Novia del Atlántico pasamos un fin de semana inolvidables. Gracias a la hospitalidad, nos hospedamos en cómodos hoteles y recorrimos la provincia buscando historias de interés, tanto en Ocean World como en la ronera Brugal, sin olvidar a los círculos de lectura infantiles preparados por el evento “Nuestro país primero”. Hicimos la ruta de los “Siete Charcos” aunque este redactor no subió ninguno. En el teleférico el miedo fue algo más que un disfraz de los que usan los diablos cojuelos en los carnavales de La Vega. Uno de sus vagones se descompuso y nos dejó varados por algunos minutos encima de un vacío similar al de la empresa brasileña Odebretch cuando no tuvo más remedio que enfrentar la justicia dominicana por los sobornos que salieron a la luz.
Un tiempo después, y gracias a Daniela, Marlenis Collado y Reagan Liriano (responsable de programación de la emisora Radio Santa María) cumplimos el sueño de viajar por diversas provincias del Cibao. Esos encuentros entre jóvenes de la capital y estudiantes regionales, trasmitidos en vivo por las ondas hertzianas de la emisora de la Compañía de Jesús (gracias a la visión de su entonces director, el padre José Victoriano y su más cercano colaborador, José Feliciano Pérez Sánchez, a quien Daniela llamó una vez “diácono” sin serlo) nos hicieron ver el mundo al revés. En esos encuentros los temas eran recurrentes, excepto dos: política y políticos. En el país donde vivíamos no había llegado aún el turno de los jóvenes, aunque nosotros tratamos de precipitar su llegada, y solo algunos pocos hoy lo reconocen.
Marlenis (ballerina además de periodista) fue mi mano derecha y Daniela mi izquierda. Sin ellas, nada hubiera sido posible.