La historia de Mateo es desgarradora. Aunque hoy reside en República Dominicana con sus papeles en regla, lograrlo le costó tres violaciones, maltrato, lesiones físicas graves, trastornos emocionales, muchas lágrimas y, por si fuera poco, gastar altas sumas de dinero.
Una vez cruzaba a este lado de la isla, Mateo buscaba la manera de trabajar en lo que fuera.
Marta Quéliz
Santo Domingo
Fue Francisco quien le consiguió esta historia a LISTÍN DIARIO. El dominicano hizo la gestión para que Mateo contara su experiencia sobre las 52 veces que cruzó la frontera antes de legalizar su permanencia en República Dominicana.
Tímido, extendió la mano para saludar cuando llegó el equipo a entrevistarlo. Se guardó muy bien vestido. Una camisa naranja con mangas cortas, unas bermudas caqui y, unos tenis, que más blancos no podían estar. Se quitó la gorra negra que llevaba y procedió a acomodarse, señalando la escalera como el lugar donde el resto, también podía sentarse.
¿Listo? Se le preguntó. “Sí, vamo’ arriba”. Respondió en buen “dominicano”. Al decir esto sonrió y encogió las piernas para de inmediato sorprender con esto: “Antes de sacar mis papeles crucé la frontera 52 veces. Venía y me mandaban; volvía y me llevaban de nuevo. Mis panas decían que yo tenía mala suerte, porque siempre me encontraban”. Hasta aquí todo puede provocar risa.
Su rostro, su pose, y hasta su forma de hablar cambió cuando respondió sobre sus peores experiencias atravesando la línea que divide a República Dominicana y a Haití. “Me abusaron tres veces”, logra decir entre sollozos. Se repone entre sudores y lágrimas y continúa: “La primera vez yo tenía 16 años y era la segunda que cruzaba. La segunda violación, ya estaba grande, y vinimos en un camión mucha gente y nos tiramos desde que cruzamos y nos metimos a unos matorrales y ahí pasó”. Se pone triste y, aunque no responde con palabras si los abusos los cometieron sus compatriotas, el movimiento de su cabeza lo afirma. La tercera violación solo la mencionó, pero no ofreció detalles.
“Desperté en un hospital”
Otra prueba fuerte que sufrió Mateo fue una golpiza que recibió en uno de sus viajes. No da cuenta de quién se la propinó, pero asegura que ese tipo de atropello es común en la práctica de entrada a territorio dominicano. “Es una lucha grande por llegar, y pasa de todo, no se imagina usted”. Agacha la cabeza y la mantiene así hasta que decide contar sobre lo que sufrió en esa ocasión.
“Cuando abrí los ojos en un hospital del sur, me dijeron que tenía más de una semana entre la vida y la muerte. Me salvé de esa, pero me mandaron de nuevo para mi país. Duré como seis meses allá y volví a intentarlo, porque tenía que arriesgarme, quería trabajar aquí para ayudar a mi mamá enferma”. Esto mueve sus fibras más sensibles y deja claro lo mucho que le importa la salud de su progenitora.
Al hablar sobre los múltiples maltratos que recibió durante sus “hazañas” para entrar a territorio dominicano, Mateo pone énfasis a su mal manejo. “Yo sé que muchas de esas cosas me las busqué yo, pues desde el primer momento pasé trabajo, y mientras más lo intentaba más terrible era todo. Lo intentaba solo, con dos o tres amigos y en grandes grupos y siempre algo me pasaba. Pero, oye, no era solo a mí, hay otros que han pasado mucho trabajo”. Se hace responsable de sus decisiones.
Otra experiencia amarga la pasó cuando con apenas 18 años, intentó cruzar en un camión en el que “no cabía un mandado”, como se dice en buen dominicano. “Se volteó el camión, y se armó un desastre. Salí corriendo con unos cuantos, y después supe que murió un hombre”. Se guarda algunos detalles que cree puede generarle algún problema.
¿Tú eres muy reservado o temes contar algunos datos que puedan comprometerte? “Noooo, es que no me gusta buscarme problemas. Yo quiero a los dominicanos porque me han dado la oportunidad de trabajar y por eso mi mamá está sana, pero también quiero a mi país, yo sufro por lo que está pasando en mi país, oíste, yo sufro”. Lo dijo irrumpiendo en un llanto desconsolado que hizo llorar a los demás.
“Gracias a los dominicanos mi madre está viva”
“Por más que te cuente lo dura que fue mi experiencia para lograr radicarme aquí, no te la contaré como la viví. Pasé mucho trabajo. Fui víctima de abusos, de maltratos… No importaba la calle por donde pasaba ni la hora, siempre me encontraba con ‘la camiona’ como dicen ustedes”. En este momento ríe, pero dejando entrever el dolor que le provocan esos recuerdos.
¿Tu madre estaba enterada de tus salidas y entradas? A esta pregunta respondió, no sin antes hacer una mueca con la boca y retorcer su rostro. “Qué te digo, ella sabía que yo quería ayudarla, porque estaba muy enferma, pero nunca imaginó de qué manera”. Le baja el ánimo, pero de inmediato dice que su hermano, el que le sigue a él, le ocultaba su paradero para que ella no se mortificara.
“Él decía que yo estaba haciendo un trabajo en Petion-Ville, y yo vivía en Ansa-á-Pitres, y ella le creía y eso convenía, pues yo entraba y salía a cada rato”. Se reí recordando las más de 50 veces que cruzó la frontera antes de regularizar sus papeles y establecerse definitivamente en República Dominicana hace como tres años. Sus travesías comenzaron en el año 2014.
Con un fluido español y muestra de sus dotes de buena preparación académica, Mateo deja claro que cada vez que podía, leía libros y todo lo que llegara a sus manos que pudiera ayudarle a perfeccionar el idioma y a aumentarle sus conocimientos. “Como perdí tanto tiempo yendo y viniendo no podía inscribirme en la escuela ni allá ni aquí, por eso leía, digo leo todavía”. Después de legalizar su residencia aquí, se hizo bachiller. No ha podido ir a la universidad, pero no lo descarta.
Labores que ha realizado en RD
La primera vez que entró a territorio dominicano, duró menos de un mes. Dormía en un parque de Pedernales, comía de los zafacones y algunas sobras que le daba la gente a él y a otro compañero. “Llegamos a durar días sin comer, y bebíamos agua hasta de los conductos”. Se refiere al agua que corre por los contenes.
¿Y no se enfermaban? “No” fue la respuesta. “Tenemos estómago de hierro, dicen los dominicanos”. A carcajadas se ríe y los demás no se quedaron atrás. La alegría rápido perdió su esencia para darle paso a una evidente tristeza cuando comentó: “Si la bebíamos teníamos riesgo de enfermarnos y si no la bebíamos, nos deshidratábamos”.
Una vez cruzaba a este lado de la isla, Mateo buscaba la manera de trabajar en lo que fuera. “Limpié baños, sucios, muy sucios; trabajé en casa de familia, boté basura, corté matas, barrí calles, destapé cloacas… de todo yo he hecho en la vida”. Al detallar esta parte no deja de afligirse y al mismo tiempo muestra orgullo porque hoy tiene un trabajo más suave: es conserje en una torre de apartamentos.
Su agradecimiento
Para el protagonista de esta historia lo más duro de contarla no es recordar todo el mal sabor que puede causar cruzar la frontera 52 veces contadas. Lo más triste es saber que ahora mismo hay tantos compatriotas suyos pasando trabajo y queriendo cruzar para República Dominicana.
“Ahora la situación es más fuerte, y entiendo a los dominicanos, porque las cosas de este lado tampoco están muy buenas para los que están, menos para hacerse cargo de los problemas de mi país. Es bueno que la gente sepa que muchos haitianos, sí agradecemos a este país, sí lamentamos que lo que pasa de aquel lado afecte de este lado”. A esta contundente cita le añade: “Ya es tiempo de que la comunidad internacional ayude a mi país”. Las lágrimas no lo dejaron concluir.
Hubo que esperar un buen rato para que se repusiera, y fue entonces cuando terminó la entrevista diciendo: “Gracias a los dominicanos mi madre está viva por las oportunidades de trabajo que me han dado para enviarle dinero. Ahora las cosas están muy complicadas y tengo mucho sin ver a mi familia, aunque hemos ido resolviendo, pero de verdad, deseo que se resuelva el caos allá, de corazón lo quiero”. Cerró la cita y quedó llorando el hombre que aquí ya tiene una esposa y un hijo.