Vie. Nov 15th, 2024


Lista para el parto, a Anabel Rosario le dio preeclampsia y con ello problemas pulmonares, un infarto y una isquemia cerebral, cuyos efectos la mantienen “como un vegetal”. Su esposo Joel, con discapacidad visual igual que ella, no deja de llorar ante una situación que también afecta a su recién nacida.

  • El padre de la niña, que también nació con glaucoma, solicita ayuda al presidente Luis Abinader para poder llevar la carga que le ha tocado sostener en medio de tanta miseria. © Jorge Luis Martínez

Marta Quéliz

Santo Domingo

Al llegar a Villa Mella para conocer la historia de Joel Gerónimo de los Santos y de Anabel Rosario, se creía que lo impactante iba a ser el intransitable camino que hay que recorrer a pie para llegar a su casa. No fue así. Una vez en su vivienda, un drama que parte el alma dejó claro que ahí dentro hay muchos temas para tratar. Todos tristes y desgarradores.

 Yaribel, su niña recién nacida, en las piernas de su abuela enferma; Joel, con discapacidad visual, cuidando a su esposa postrada en una cama y vuelta “un vegetal”, y un ambiente de penurias que ciega todo entendimiento recibió al equipo de LISTÍN DIARIO que quiso ver de cerca la situación de esta familia. Eso sí, para pesarle. Hay que ser de hierro para mantenerse sereno ante tanta inclemencia.

Con su bastón en mano, el entregado esposo acompañó al equipo hacia la habitación donde está la madre de la pequeña que aun no ha podido probar el “sabor a salud” que tiene la leche materna. Un olor a humedad fue el que “saludó” al entrar; un concentrador de oxígeno por el cual pagan 7,000 pesos mensuales, un tanque de repuesto por si se va la luz, una cama ortopédica y, en su cuerpo, un sinfín de aparatos que la mantienen viva es el panorama que se observa en el pequeño cuarto.

Apenas salen las palabras para hacer preguntas y cumplir con este trabajo periodístico. Pero hay que hacerlo. Con valentía, pero sin dejar de llorar, Joel expone su sentir. “Yo no aguanto verla así, pero sé que Dios la va a parar de ahí. Yo oro, y de noche le pido a Dios que la pare de ahí para que conozca a su hija. Ella no conoce a su niña”. No puede seguir hablando porque el llanto es más fuerte que su deseo de contar sobre su inquebrantable fe. Toca respirar profundo para que la impotencia no se apodere de la salud.

 En estado vegetativo

 Un poco más tranquilo, el joven de 29 años, que nunca ha visto la luz del sol, responde a las interrogantes que a duras penas surgían. ¿Qué fue lo que le pasó a tu esposa que la mantiene postrada a esta cama? A esto respondió: “Ese día ella no estaba muy bien. Tenía como 15 días incómoda por el embarazo, y le dije: ‘Vamos al médico para que te revise’.

“Ella siempre ha sido muy obediente y me dijo que sí. Estando en la clínica, hablando conmigo le dio algo, no podía respirar. Se la llevaron y recuerdo que lo último que me dijo fue: ‘Ay, mi bebé’. Después de ahí le dio un infarto y una isquemia cerebral que le afectó al punto de que mire cómo es que ha quedado”. Al decirlo señala a su esposa, también con discapacidad visual, y ahora impedida de valerse por sí misma.

Ella solo responde a estímulos de dolor. Y eso mismo provoca en los demás cuando se queja a través de lágrimas. “Ella no hace nada, creo que escucha un poco, y llora cuando le duele algo. Y es difícil porque no somos médicos, no entendemos qué le pasa. Tratamos de ayudarla, pero no tenemos ni el conocimiento ni los medios para hacerlo”. Joel hace este comentario también entre sollozos. Es imposible no responder de la misma manera al verle desesperado.

Ahogado en aquella pobreza que ahora no solo le roba su paz, sino que amenaza la vida de su esposa, el padre de la pequeña Yaribel, que trabaja como masajista, solicita a todo pulmón que alguien vaya en su auxilio. “Porque nadie se imagina los trabajos que paso para que al menos ella esté viva, y que mi niña pueda crecer con su mamá”. Escuchar su lamento desgarra el corazón.

“Mi niña nació sin signos vitales y con glaucoma”

La historia de Joel y Anabel parece estar a oscuras como sus ojos. Están atravesando por momentos tan duros que hay que vivirlo para poder creerlo. Ella, recién parida y postrada en una cama. Él cuidándola, trabajando, sufriendo y, por si fuera poco, viendo cómo se le desvanecen las ganas de seguir luchando.

Le duele saber que su bebé, que nació sin signos vitales y con glaucoma, no ha podido disfrutar de la calidez de los brazos de su madre. “Es muy duro, muy duro lo que nos está pasando. Mi esposa no conoce a su hija, mi niña no ha podido sentir su calor. Y para colmo, así tan chiquita ya tiene pautada una cirugía en la vista para el 21 del próximo mes de diciembre, y su hermanito, que tiene 11 años, y solo es hijo de Anabel, ya perdió la visión de un ojo y ve muy poco del otro”, se lamenta Joel.

Él quiere un lugar donde su esposa esté cómoda y atendida por expertos. “Y quiero que me ayuden porque no puedo más. Es demasiado para mí. Trabajo mucho, pero no es suficiente para mantener la familia, la casa, una persona enferma, pagar alquiler, comprar oxígeno, medicamento, gastar en ambulancia, médicos…”. Se da por vencido y decide no seguir nombrando los compromisos que debe saldar sin generar esos ingresos.

La osadía para llevarla al médico

Cada cierto tiempo a Anabel hay que movilizarla de su cama y llevarla a un hospital a revisar el levín. “Para poder llevarla debemos bajarla de aquí, y caminar con ella al hombro por el callejón hasta llegar a la parte buena de la calle que es donde la espera la ambulancia. Si llamo al 9-1-1 vienen y la buscan, pero nos dejan allá y para volver tengo que pagar una ambulancia, a veces sin tener el dinero, pero hago el esfuerzo”. Joel lo dice llorando,que fue como se mantuvo todo el tiempo.

En ocasiones, para que su esposa no sufra el trote, como se dice en buen dominicano, el afanado esposo paga 6,000 pesos a un médico que vaya a su casa a darle el seguimiento de lugar. Esos días, él debe dejar de trabajar, pues se ha entregado en cuerpo y alma a su esposa y a su niña. A este debe comprarle su leche y sus pañales, además de pagar alquiler y mantener la casa.

“Ella me ayudaba mucho porque los dos trabajábamos juntos como masajistas. Yo extraño que ya ella no pueda acompañarme, que no se vaya conmigo, para yo cuidarla por las calles”. Un llanto que no cesa le impide seguir, pero quiere decir más. “Nos pasábamos el día entero juntos, y ahora se me parte el alma cuando tengo que irme y dejarla en esa cama”. Al hacer este relato, Joel encuentra quien le acompañe a llorar.

Con su bastón, acompañó al equipo para que conociera la ruta que debe hacer para movilizar a su amada entre el peligro, el hedor de la cañada y las dificultades que representa su discapacidad visual en un lugar sin ninguna seguridad.

La abuela enferma

Doña María es la madre de Joel. No puede estar mucho parada por problemas de salud, pero la necesidad que tiene su pequeña nieta Yaribel, la hacen poner a un lado sus quebrantos para cuidar a la niña. “Es que Anabel no tiene familia, como quien dice. Su mamá y su papá se murieron, tiene una hermana con problemas mentales y otra hermana que nunca se ha ocupado de ella”. Cuenta esta parte sentada en una silla con la bebé en sus piernas para, al menos, guardando la distancia, hacerle sentir el calor materno.

Joel es músico. Toca la guitarra y el piano y ha participado en programas televisivos con su talento, mismo que puso de manifiesto ante las cámaras de este medio para, en un rap, expresar sus sentimientos.