AFP
Kutupalong, Bangladés
El clérigo rohinyá Abdur Rashid aún cree que los niños son un regalo de Dios, pero la vida en un campamento de refugiados de Bangladés, con seis bocas que alimentar, es tan dura que él y su esposa decidieron evitar que su familia crezca.
Su esposa Nosmin pidió este año que los médicos le pusieran un implante anticonceptivo, algo impensable hace tan solo unos años para la perseguida minoría musulmana.
Pero tras huir de la represión militar en Birmania hace cinco años, la vida en los asentamientos de refugiados en Bangladés llevaron a la pareja y muchas otras familias a limitar el número de hijos.
Cerca de dos tercios de las parejas rohinyás controlan la natalidad de alguna manera, algo que hace cinco años no se hacía, según datos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR).
“Los niños son bendiciones de Dios y él es quien resuelve sus necesidades, pero estamos atrapados en este campamento miserable desde hace años”, declaró Rashid a AFP.
“Prefiero no traer más vidas con estas dificultades”.
En el islam no hay un criterio uniforme sobre el control de la natalidad, que algunas comunidades musulmanas aceptan y otras rechazan.
Hace unos años, muchos rohinyás creían que el control natal era incompatible con su fe.
Pero ese tabú se ha diluido, y Rashid es uno de los cientos de líderes religiosos de la comunidad de refugiados que pronuncia sermones en las mezquitas a favor de los anticonceptivos.
Tanto él como otros participan en una campaña de salud pública que, según trabajadores humanitarios y autoridades de Bangladés, ha cambiado la actitud de la comunidad hacia la planificación familiar.
– Sin recursos –
En los primeros seis meses del año, se hicieron unas 190.000 visitas de planificación familiar entre el millón de rohinyás que viven en los campamentos de Bangladés, incluyendo a muchas mujeres que desean abortar.
“Eventualmente podría querer otro bebé, pero ahora no”, declaró Noorjahan Begum, de 25 años y madre de dos niños.
Begum habló con la AFP tras visitar una clínica con su bebé de seis meses, para pedirle a los médicos que interrumpieran su último embarazo.
La mujer, dependiente de la ayuda humanitaria, dice que no tiene recursos para cuidar de otro bebé.
“Si Dios quiere, tomaré medidas permanentes de control natal después de mi tercer hijo”, agregó.
La planificación familiar tiene una historia tensa entre los rohinyás, unos 750.000 de los cuales tuvieron que abandonar sus casas en Birmania cinco años atrás por la represión de las fuerzas de seguridad, una intervención que la ONU investiga como genocidio.
Antes de ese éxodo, los rohinyás enfrentaron décadas de políticas discriminatorias de las autoridades birmanas, que los consideran inmigrantes ilegales de Bangladés, pese a su presencia de larga data.
Birmania les negó la ciudadanía y les prohibió que se desplazaran libremente dentro del territorio, confinándolos en un rincón remoto del país.
También intentó prohibir que las mujeres rohinyás tuvieran más de dos hijos y cualquier pareja de esa comunidad que deseara obtener el acta de matrimonio debía comprometerse por escrito a acatar esa norma.
– Una vida más difícil –
Desde 2017, Bangladés trata de hacerse cargo de la población refugiada, enorme, sin que se vislumbre de momento la posibilidad de que los rohinyás regresen a Birmania o sean reubicados en otro lugar.
Para reducir el hacinamiento en los campamentos, miles de refugiados fueron trasladados a una isla que suele inundarse, algo que criticaron grupos de defensa de los derechos humanos, que afirma que los rohinyás fueron transferidos allí en contra de su voluntad.
Según los expertos en salud pública, son los propios refugiados los que más defienden ahora las campañas de planificación familiar.
“Cuando venían, casi ningún rohinyá sabía nada de preservativos o de pastillas anticonceptivas”, explicó a la AFP el jefe de la oficina local de planificación familiar, Pintu Kanti Bhattacharjee. “Ahora lo aceptan, entienden que tener muchos hijos puede complicarles mucho la vida”.
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