Luis Beiro
Mis buenos amigos no siempre han sido los mejores críticos. Por el contrario, pecan de imponer sus gustos.
Obligan a cada cual a escribir a su manera. Intentan demostrar defectos donde no los hay. En sociedades como la nuestra donde no le gusta a nadie que le saquen sus trapos sucios, abundan las máscaras. Lo qué más desvelo me ha causado es enseñar la objetividad cuando se escribe sobre algo supuestamente impropio. La mayoría de los pasantes temen ser mal entendidos en tiempos donde las pasiones superan lo objetivo. Tengo excepciones, pero son las menos. La pasante de Ventana, Indhira Suero se atrevió a cuestionar a un director de cine populista en una especie de congreso celebrado en la universidad donde estudiaba, a lo que este le respondió:
-Es que ustedes son muy exigentes.
Ella sonrió y prefirió no mencionarle a ese infeliz del mal que iba a morir.
Indhira no se andaba con tapujos. Su pasión por poner el dedo encima de la llaga la convertía en una insurgente esquiva de temas “fáciles”, de esos temas que la falta de cultura obligaba a tocar con aires “sagrados”. Llegó un momento en que ella proponía sus propias historias, siempre abordando experiencias juveniles sin la pose del buscador de fama.
Nunca olvidaré la lección de periodismo ejemplar de la también expasante Yudelki Guerrero. Una empresaria televisiva le encomendó entrevistar a un Ministro marcado por la utilización indebida del erario público. Y le marcó un cuestionario cómodo para mencionar solo los supuestos logros de su gestión. Yudelki desechó aquel interrogatorio e hizo el suyo. Desde la primera pregunta, aquel señor comenzó a mirarla de reojo. Y al segundo cuestionamiento le pidió que abandonara su oficina. Llamó a la empresaria televisiva y la criticó por haberle mandado a una provocadora. Ese mismo día, Yudelki no quiso escuchar el “boche” de su jefa, recogió sus bultos y se fue. La dama, furiosa, me llamó al móvil para ofenderme por “preparar a jóvenes periodistas irresponsables”. Mi respuesta fue cerrarle la llamada hasta el día de hoy. Yudelki y yo somos muy buenos amigos y ella ha logrado de mí lo que nadie: hacerme una entrevista para un documental sobre cine.
Otro caso de mención es Daniela Pujols. En su primer reportaje sobre el Museo Sacro de La Vega, fue desmentida por la directora en un correo electrónico, y acusada de cometer “errores garrafales”. A partir del debate aprendí a conocer a esa joven ocoeña que con dolor tuve que ver partir después de pasar a mi lado casi dos años. Su huella queda donde quiera que escribe, y junto al sano reportaje, estampa su mirada crítica de todo cuanto ve.
En su diario, Napoleón Bonaparte confesó una anéctoda poco común. Alguien le preguntó sobre la vestimenta de su tropa con chalecos rojos en el campo de batalla. Y él respondió
-Es para que el enemigo piense que mi tropa está herida -decía.
Un lago se llena gota a gota, igual que el agua que cae de una pileta sin rosca. La crítica es igual porque no llega en aluviones, ni es dada a quienes vivimos en una sociedad donde todo debe estar bien en apaciencia, donde un Presidente de la República le da lo mismo asistir a la filmación de una película mediocre o a un almuerzo con escritores de poca monta.
La crítica debe en esos casos ser la crítica. Sin mucho protocolo, para que se asimile su sentido, aunque cause irritación. No debe exceder los límites del respeto. Ser como un alerta para entender qué se hace bien, y qué no. Aunque se olvide en poco tiempo.
El intentado enseñar a los pasantes a otear, admirar, desechar, exaltar y en resuidas cuentas, a opinar, dejando a un lado la mala leche. Un crítico opina, no es un PhD o doctor. Allá el soberbio que crea serlo. Un crítico debe estar al tanto del arte que acontece en su país, y andarse sin tapujos, ser siempre él mismo, no manipular la información, algo solo dado para pedantes.
Ser crítico no nos hace monedita de oro. El crítico de voluntad honesta no puede decir elogios vanos, no puede ser el socio que glorifica. Es un oficio que no nos hace simpáticos ante diversos personajes, ya bien empresarios o políticos que a veces se la cobran de variadas formas: ninguneo, silenciamiento, habladurías incluso sobre nuestro carácter o vida privada, cerrar puertas, puñaladitas traperas y negar el patrocinio a obras y eventos valiosos. No soy ni deseo ser un crítico con todas las de la ley. Pero cuando mi labor vale la pena, creo tener suficiente valentía para exponerla.