Sáb. Nov 30th, 2024
“Me enamoré de un hombre mucho mayor que yo y sufrí hasta los huesos”. GETTY IMAGES

MARTA QUÉLIZ Santo Domingo

Testimonio. Cuando la protagonista de esta historia tenía 13 años se vio obligada a irse de su casa. Luego de rodar por las calles, a los 16 terminó siendo una ‘meretriz’. A los 19 años conoció a la persona que “dignificó mi vida” y la puso a estudiar. Hoy es una profesional de éxito.

Tenía unas botas marrones, un pantalón kaqui, una camisa de algodón con listas azules, una gorra con el logo de la empresa para la que trabaja, y una sonrisa de oreja a oreja que dejó claro que el buen humor forma parte de la esencia de la protagonista de esta historia.

Fue con ese ‘look’ que esperó a reporteros la mujer que decidió contar cómo pasó de la prostitución a la superación al punto de convertirse en ingeniera civil. 

“En el año 1998, yo tenía 13 años. Recuerdo que mi papá nos botó de la casa a mí y a mi hermana porque nos quejábamos de su alcoholismo”. Respira profundo recordando aquellos días.

Se arregla la cinta métrica que tiene sujeta en lado derecho de su pantalón y prosigue el relato. “Mi madre había muerto cuando yo, que soy la más pequeña de las dos, tenía sólo seis años. Desde ahí comenzamos a pasar trabajo. Pero bien, nos fuimos para la casa de una vecina que nos quería mucho, pero no se daban las condiciones para durar un largo tiempo ahí”. 

Cuando tenían dos meses en esa casa, se mudaron para Villa Mella a una habitación que alquilaron sin saber con qué iban a pagar.

El caso es que la mayor de las dos, que también era menor, consiguió un trabajo en un salón de belleza lavando cabeza. “Yo comencé a matar el tiempo haciendo trenzas. Tuvimos que dejar la escuela porque ya el tiempo había que emplearlo en trabajo. Fui conociendo gente de todo tipo y me fui envolviendo”. Sus lentes oscuros y de buena marca no pudieron disimular las lágrimas que le provocó este recuerdo.

“Rodando como una pelota”

La mujer que hoy tiene 39 años, trata de no guardarse nada de su pasado. Le da vergüenza y lo admite, pero quiere deshacerse de ese peso que lleva consigo desde hace tanto tiempo. “No supe escoger mis amistades y caí en cosas feas, eso sí, nunca en vicio de droga ni nada de eso. Comencé a salir de noche, a beber siendo menor de edad y a enamorarme”. Su hermana no podía controlar su comportamiento y decidió “soltarme en banda”.

“Me enamoré de un hombre mucho mayor que yo y sufrí hasta los huesos. Recuerdo que duré como tres años saliendo con él. Me daba dinero y con eso yo comía y le daba algo a la muchacha con la que vivía, que era una amiga que conseguí en la calle con una historia parecida a la mía”. Hace silencio, pero no detiene por mucho tiempo su relato.

Su vida se convirtió en un círculo vicioso. “Me acostaba con ese hombre y él me daba dinero. Lo gastaba y volvía a estar con él y así transcurrían los días, los meses y los años. Duré como tres años en eso”. Ya con 16 vivió una decepción amorosa muy grande y la depresión la arrastró al alcohol.

“El hombre me dejó por otra y no quería ni verme. Ya yo tenía una idea de que podía ofrecer sexo y recibir dinero. Una chica que trabajaba en un colmado de día, y de noche se iba a ‘la bolita del mundo’, en la Feria, me invitó a ir con ella un día y tristemente, hoy puedo decir que me fue bien”. Eso bastó para que quisiera ir todos los días al lugar a prostituirse.

Su hermana llegó a buscarla varias veces, pero era inútil. “Yo era ingobernable. Cada día me portaba peor. Te puedo decir que había clientes que me aconsejaban por verme tan joven, pero yo no hacía caso. Duraba dos días sin ir y desde que necesitaba dinero, ahí iba”. El caso es que duró tres años como meretriz.

La rescató

Un día, como a eso de las 3:00 de la mañana, se detuvo un señor muy serio. “Cuando me vio me dijo: ‘pero tú eres una niña, cuántos años tú tienes’. Le dije que 19, pero me veía de menos. Me preguntó que si yo quería que él me ayudara a estudiar, y le dije que sí”. Ese fue el punto de partida para su paso a la superación.

“Yo colgué la vergüenza de mi pasado para dar paso a un futuro de éxito”

La dueña de la historia de hoy es una mujer de armas tomar. Se desenvuelve muy bien contando su experiencia de vida y, a juzgar por lo que pudo observarse, también tiene destreza para desempeñarse en su trabajo. Mientras hablaba con reporteros de LISTÍN DIARIO su nombre sonaba por todos lados. “Fulana, ¿cuánto es la medida de la columna?”, “cuando puedas, ven a ver esto”, y ella a todo decía con mucha gentileza: “dame un momento, cariño”.

Nadie sabía sobre qué tema hablaba con esa gente. “Si ellos supieran qué es lo que estoy contando aquí”. Se ríe, pero rápidamente, calla y muestra un rostro avergonzado. “No es linda mi historia, para nada lo es, pero quiero que esas mujeres que se dedican a esa vida, sepan que sí se puede cambiar el panorama, que sí pueden luchar por prepararse, por capacitarse y sobre todo, por lograr un mejor futuro para ella y sus familias”. Lo dice con conocimiento de causa.

A la dueña de este relato le costó adaptarse a la vida de estudiante, pero reconociendo que es inteligente y que le gustó siempre ir a la escuela, se impuso a esa “voz maligna que me decía no lo hagas”. Se sonríe. “Fue Dios que me mandó a ese hombre para que me rescatara. Recuerdo que hasta me buscó dónde vivir en una residencia estudiantil”. Toda la vida agradecerá ese inmenso favor.

“Yo colgué la vergüenza de mi pasado para dar paso a un futuro de éxito, gracias a él. Ese hombre, mi ángel de la guarda, me motivaba, me ayudaba con las tareas, me compraba los útiles, me dio trabajo como mensajera interna de su empresa y nunca me soltó”. Este es el momento en el que más llora durante toda la entrevista.

Cuando el llanto se lo permitió dijo con voz entrecortada: “Hace tres años que falleció y eso me ha producido el dolor más grande de mi vida. Era como un padre para mí”. Vuelve a dejarse invadir por las lágrimas, pero continuaba conversando. “Cuando me enteré que falleció, se me derrumbó el mundo porque todo lo que soy se lo debo a él. Hasta este trabajo que tengo y en el que me va tan bien, me lo consiguió esa persona, que Dios lo tenga en la gloria”. Entre dientes dijo “que es el lugar que merece”.

La carrera

Para terminar el bachillerato, la mujer que decidió no casarse ni tener hijos, duró alrededor de cinco años porque todavía en ese momento estaba “desintoxicándome de la mala vida”. Cuando iba por la mitad del Primero, dejó los estudios y se desapareció para que el hombre que la rescató, no la obligara a estudiar. “Él me buscó por todos lados y hasta volvió a la ‘bolita del mundo’ a ver si encontraba a la chica que me introdujo en esa vida. Ella me localizó y me lo contó. Volví a la residencia y lo llamaron y él fue. Me dio un discurso y recuerdo que lo último que me dijo fue: ‘tu vida es tuya, yo lo único que quiero es ayudarte a enderezarla, pero yo también tengo una vida y no la voy degastar por ti’. Eso me marcó y me retó”. Desde ese momento se dedicó en cuerpo y alma a estudiar.

La mujer que hoy cuenta cómo pasó de la prostitución a la superación atravesó por muchas cosas para lograr el título de bachiller. “Y ni hablar para alcanzar graduarme en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Ufff no fue fácil, pero mi mentor me ayudaba, me estimulaba como a una hija, de hecho, yo era como tal porque nunca tuvo hijos. Cuando lo conocí tenía seis años que se había divorciado y siempre me trató como a una dama. Me encontraba extraña al principio porque creía que en cualquier momento me cobraría tantos favores”. El tiempo le demostró que realmente él sólo quería ayudarla.

“Tal vez algunas mujeres de las que se dedican a esa vida dirán que lo logré porque tuve suerte al encontrar a alguien que me extendiera la mano, pero no es así, yo hice todo lo que estuvo a mi alcance. Él me ayudó, pero no me regaló la carrera, me puso a que trabajara y estudiara y eso todas podemos hacerlo. Es asunto de disponerse. Hoy tengo el respeto de mi hermana y de mucha gente que me veía como una loquita”. Lo cuenta orgullosa la mujer que continúa capacitándose en su carrera para ser cada vez más competente.