Sáb. Nov 16th, 2024

“Lo más complicado fueron esas cuatro horas nadando, luego de 19 días sin haber comido nada, uno sin fuerzas”, cuenta El Japo.

Pedro Antonio Vázquez, conocido como “El Japo”, ha sobrevido en más de una vez ha hechos trágicos en sus tareas de pescador. Ashley Martínez

Tomando agua solo cuando llovía, sin comunicación y sin alimentos, Pedro Antonio Vázquez, conocido como “El Japo”, junto a un compañero, sobrevivió 19 días en alta mar, luego de que se les acabara el combustible y desaparecieran por más de cuatro meses, mientras pescaban en las costas de Honduras.

Luego de aproximadamente un mes en el mar pescando, El Japo, oriundo de Luperón en Puerto Plata, y su camarada salieron a pescar, quedándose sin combustible al final del día. 

Al rato, su radio de comunicación se descargó, y el mal tiempo los envió lejos del barco principal. Cuenta que permanecieron dos días viendo la nave a una milla de distancia; pero no pudieron dar con su paradero. A los tres días, la tripulación se rindió y dejó de buscarlos.

“Bebíamos agua cada tres días, cuando lluvia. La acumulábamos en la cantina de la comida. No pensaba en el hambre, si le daba mente, me moría más pronto”, narra.

19 días después, un ciclón les volcó la yola justo cuando vieron tierra. Deshidratados, hambrientos y con la poca fuerza que les quedaba, nadaron por cuatro horas hasta llegar a una playa de Belice, donde unos agentes de migración los rescataron y mantuvieron en un centro de acopio gubernamental por tres meses, debido a que no recordaban ningún número de teléfono para comunicarse a República Dominicana, ni portaban identificaciones.

“Yo me ‘formateé’. No es fácil todo ese tiempo en el mar sin comer nada”, dice.

“Lo más complicado fueron esas cuatro horas nadando, luego de 19 días sin haber comido nada, uno sin fuerzas”, cuenta “el difunto Japo”, como le apodaron en el pueblo de Luperón tras casi cinco meses sin saber de él.

Dice que durante el tiempo que estuvieron a la deriva, vieron a varias embarcaciones se aproximarse, pero nadie los ayudó.

En el lugar de apresamiento le daban las tres comidas del día, dormitorio y ropa. Según explica, por no tener documentos la deportación tardó más. Desde allí los enviaron en avión hacia el país, haciendo escala en Panamá.

El Japo asegura que nunca se despertó, pues se mantuvo esperanzado que lo iban a salvar. “Yo nunca perdí la esperanza. Yo le pedía a Dios no me deje morir, que yo quería ver a mi gente”.

Fueron acomodando la yola mientras esperaban ser encontrados, utilizando fragmentos de un galón colocados en los laterales, ingeniaron una especie de cobija para el fuerte sol.

otros sucesos

Su compañero perdió el ánimo más rápido, pero en los momentos de desesperación, cuenta que lo animaba diciéndole: “párate de ahí, que tú no me vas a dejar morir solo”.

Al llegar a Puerto Plata a finales de octubre, luego de que salieran en mayo desde Puerto Blanco en Luperón a pescar en Honduras, el pueblo lo recibió con una caravana. “Me sentí como el presidente”, comenta.

Aunque esta historia pueda parecer increíble, esta no es la primera vez que El Japo se ha encontrado tan cerca de la muerte y ha logrado escapar.

Hace aproximadamente dos años, un barco en el que se encontraba, explotó con él adentro. En ese accidente, se quemó por completo y permaneció mucho tiempo en el hospital. “Me envolvieron como una momia”, dice jocosamente. 

Sucesos

Dos casos 

Llegó tarde.
En otra ocasión, en el 2018, una embarcación que iba a pescar a las costas de Honduras lo dejó botado porque llegó tarde. En su lugar, un primo lo suplantó. Hasta el momento, solo se sabe que esa embarcación naufragó y que las personas a bordo nunca retornaron a casa.

Accidentes.
Asimismo, cuando era más joven, tuvo dos accidentes de tránsito en motocicletas, permaneciendo por más de 15 días en cuidados intensivos. 

Su madre.
Channa, como le conocen en el pueblo, madre de El Japo, asegura que nunca perdió la fe en que Dios le iba a devolver a su hijo con vida, pues en tres ocasiones “el Señor se lo mostró encarcelado, pero vivo”.
Conta que durante esos angustiantes cinco meses, no comía, no dormía y lloraba mucho, pero confiaba en que “Dios le iba a hacer el milagro”.