Mié. Oct 30th, 2024


Sensibilidad. Antonio Santos comenzó vendiendo velas en una mesita en la entrada principal del camposanto y pronto se convirtiría en chiripero, incluyendo trabajos de albañilería.

  • Antonio Santos no ha salido de entre las tumbas desde que un amigo le recomendó que se fuera al cementeio a vender velas. Leonel matos / LD

Nayeli Reyes

nayeli.reyes@listindiario.com

Santo Domingo, RD

Desde 1970 Antonio Santos ha dejado su sudor y sus lágrimas trabajando entre las lápidas del cementerio Máximo Gómez.

Un hijo, primos, amigos y más de 50 compañeros de labor han perdido la vida frente a sus ojos, obligándolo a hollar la tierra que le ha dado de comer para habilitar los nichos en los que aquellos que quiso en vida, hoy descansan para siempre.

“Mi familia se ha muerto y yo la he enterrado aquí. Un paquete de más de 50 compañeros míos, que son mi familia, también lo hemos tenido que enterrar aquí”, relató con su bastón en mano y uniforme de trabajador.

Llegó con 22 años

Antonio llegó al cementerio cuando tenía 22 años de edad. Sus intenciones nunca fueron ir a parar en un lugar tan triste, donde lo más natural es ver a decenas de personas llorar, sin embargo la necesidad y la falta de trabajo lo orillaron a tomar su opción más asequible. 

“Yo no estaba haciendo nada en mi casa y un amigo mío me recomendó y me dijo: pero vete a vender velas para el cementerio”, relató el señor que desde entonces no ha salido de entre las tumbas.

Salido de Los Alcarrizos, Santos empezó vendiendo velas en una mesita en la entrada principal del camposanto y poco después pasó a convertirse en un “chiripero”, realizando todas las funciones que un trabajador libre puede hacer en un lugar como ese.

“Todo lo que tú ves aquí lo sé hacer yo. Nosotros hacemos el nicho, limpiamos la tumba, lo que sea que haya que hacer lo hacemos. Mi familia la levanté yo de aquí y lo poco que tengo también”, expresó relatando que ha perdido la cuenta de la cantidad de veces que ha tenido que enterrar familiares y amigos cercanos con sus propias manos.

A sus 70 años, con 50 dedicados a ese cementerio, es mucho lo que le ha tocado ver… cientos de personas fallecidas después, parece casi imposible no percatarse de lo que podría ser una pérdida de sensibilidad ante el dolor que sufren por la muerte.  “Uno termina aceptando que eso es algo normal. Todo el mundo va para allá, nunca me ha tocado vivir algo que diga que me marcó”, especificó.

Aquí enterré a mi mamá

Francisco tiene 31 años trabajando en el cementerio de la Máximo Gómez.  Oriundo de Moca, hace trabajos de albañil y cuidador de tumbas. Sus movimientos se ven limitados por dificultades en sus piernas, sin embargo, mientras pudo no hubo trabajo que se le escapase y viéndose en ciertos momentos obligado a enterrar por sí mismo dos de sus hijos y su madre ahí. 

“Me ha tocado enterrar a mis dos hijos aquí y a mi mamá. Uno termina entendiendo que eso es normal y esto es todo los días”, dijo.