Vie. Nov 15th, 2024

Ángel Lockward

Santo Domingo, RD

Estamos en guerra con Haití como lo estuvieron por siglos España y Francia, pero acá, posiblemente, no termine jamás; lo estuvimos desde que nació su República creada por una revuelta de esclavos sobre la muerte de todos los blancos – y muchos mulatos – la noche de los cuchillos en 1804, que en este lado sobrevivían en paz con los negros.

Desde luego que lo estuvimos en 1822 cuando fuimos invadidos y anexados durante 22 años y, sobre todo, cuando produjimos una independencia – inicialmente sin sangre – promovida por blancos, negros y mulatos en armonía dejando abierta nuestra ciudadanía – y la compra de propiedades – a todo aquel que quisiera establecerse en el país mientras que allá el color de la piel negra era requisito político constitucional para ella hasta 1915 cuando los norteamericanos eliminaron ese requisito.

Esa guerra siguió cuando establecimos la libertad religiosa y no tuvimos que inventar un idioma para entendernos, mientras que al otro lado, la necesidad los hizo crear el voudu para unirse  y el patois para entenderse; en la lucha por crear la matriz de nación que hoy nos tipifica a ambos, si bien Juan Pablo Duarte era blanco, no lo era Sánchez y menos, la mayoría de los que ejercieron liderazgo o jefatura del Estado a lo largo del siglo XIX, como Santana, Báez, Luperon y Lilis, estos dos últimos negros puros.

La Guerra en contra del desorden institucional que ambos libramos nos colocó el yugo de una invasión temprana de USA el siglo XX (Haití en 1915-1934 y RD en 1916-1924) que dio inicio a nuestra peor calamidad: La importación de braceros haitianos.

Ambas repúblicas sufrimos tiranías, en particular, Trujillo (1930-61) de este lado y Duvalier – padre e hijo – en la otra parte (1957-86); nuestro despota criminal, cuando menos, creó una economía y algunas instituciones, el suyo, no dejó nada. No obstante, hasta la llegada de nuestro dictador el servicio diplomático haitiano fue siempre superior, algo en lo que hoy, con la ignorancia histórica sobre Haití e hipocresía internacional, parecen haber recuperado.

Estando con indicadores económicos y sociales similares, nosotros sufrimos una guerra civil y padecimos una segunda intervención norteamericana en 1965, antes de iniciar sobre un costo de sangre un proceso económico que ha descansado – aun en los peores momentos sobre la base del entendimiento político -, eso, nuestros hermanos no lo han logrado todavía, pues el odio de la rebelión a partir de la cual se creó el mito de la nación, no ha sido superado: Allí desde hace 218 años el único enemigo bueno, es el que está muerto.

Hoy, a RD – la menos racista de las naciones americanas – y a Haití la de raza más pura, nos convocan a una guerra permanente impuesta por la miseria, el desorden y la inseguridad de la segunda que fuerza una inmigración ilegal imposible de soportar sin poner en peligro la estructura y el futuro de nuestra sociedad: Se trata de la permanencia de más de 2 millones de personas en condiciones de ilegalidad y de indigencia; a pesar de haberse aprobado, luego de la histórica Sentencia No. 168-13 del TC y la Ley 169-14  para resolver su situación en el 2014, hace 8 años, hasta noviembre del 2021, apenas se procesaron unos 61,211 expedientes a noviembre … solo unos pocos más, ha regularizado su estatus.

En Naciones Unidas, cuyo fracaso en Haití desde 1993 lleva 29 años y miles de millones de dólares tirados por el fregadero  sin solución a la vista, el Alto Comisionado de Naciones Unidas se despacha pidiendo que cesen las repatriaciones de ilegales y Unicef, haciéndose eco de las declaraciones de un cura sedicioso, habla de la supuesta deportación de 1,800 niños, de los cuales 3 o 4 han ido sin sus padres, hechos que no han ocurrido y, sin embargo, no se preocupa del destino de 150 mil niños nacidos en hospitales de RD, registrados en extranjería que han sido comunicados a la Cancillería haitiana y, sobre los cuales no han tomado ninguna medida, ni UNICEF, ni Haití.

Acá, la representación de Estados Unidos se pronuncia en contra de las repatriaciones, más por el error de haber deportado a un ciudadano suyo de origen haitiano que circulaba sin su pasaporte, que por alguna cuestión razonable dando lugar a un affaire con nuestra Cancillería, una de las más alineadas a sus intereses en el hemisferio: Se olvidan las fotos de hace unos meses cuando oficiales fronterizos a caballo, fustas en manos, acarreaban la deportación de 13,000 haitianos, en forma bárbara y sumaria. De repente, sin aviso previo, el Departamento de Aduanas y Fronteras de USA (CBP),  penaliza al Central Romana – una empresa de capital norteamericano – con la prohibición de sus exportaciones de azúcar, efectiva de inmediato, por supuestas violaciones a los derechos de trabajadores haitianos en el corte de la caña, indican que con estos se “abusa de vulnerabilidad, aislamiento, retención de salarios, condiciones abusivas de trabajo y de vida, y exceso de horas extras”, cuestiones, que si fueran ciertas, que no lo parecen, se resuelven en media hora.

El Premier haitiano, Ariel Henry -designado tras el asesinato del presidente Juvenel Moise, en julio del 2021-, jefe de un gobierno sin control territorial, se pronuncia con cautela, pues, aunque sepa que nada de eso es cierto, debe guardar su insegura espalda, ante un tema, el anti dominicanismo, que ya está uniendo a una parte de ese pueblo, porque de tus males… tu vecino es el culpable, no tu desorden o incapacidad de entendimiento: El País está bajo ataque.

No importa que seamos el país de espíritu nacional más cordial del continente y el menos racista, la guerra que vivimos necesita un eje que una y, el elegido para ocultar la falta de responsabilidad continental con una república, inviable, excepto que sea organizada como tal, es RD que, cede al chantaje territorial o sufre las consecuencias de la inestabilidad haitiana pues, mientras exista tan alto grado de diferencia en el desarrollo de ambas, nuestras verdes montañas y valles, serán la tierra prometida hacia la que miran 12 millones de haitianos: Poco importa hoy quién taló la tierra de Louverture convirtiendo en un desierto, su antes, “naturaleza lujuriante” como declaró en la Cumbre de la Tierra de 1992 en Brasil, Jean Bertrain Aristide. A nadie interesa cuánta cooperación prestemos: Más de 200 mil haitianos que trabajan acá envían remesas por USD$ 750 millones anuales, sus parturientas y heridos consumen el 18% de nuestro presupuesto de salud, miles estudian en nuestras universidades y escuelas y, en cada desgracia suya, nuestra solidaridad se vuelca hacia su causa. Mientras allí se viva el infernal desorden que varias familias empresariales haitianas financian, mientras la comunidad internacional no juegue su papel partiendo de la realidad de un Estado fallido y no de los sueños de plantar una democracia sin cimientos para construir un Estado moderno sin base económica, social y política, estaremos en guerra con Haití, aunque jamás suene un disparo, por causa de nuestro relativo nivel de desarrollo económico y estabilidad política: Haití no es Wakanda, es todo lo contrario.

En una situación tan grave, en medio de sus crisis, sus hombres públicos envían un mensaje que es típico allí: No ponerse de acuerdo en nada. En República Dominicana, por el contrario, dejando atrás las diferencias y los intereses políticos de cara a una contienda política, nadie niega el apoyo ante los ataques sufridos al presidente Abinader, ni Leonel, ni Abel y, el rechazo a esos ataques, es unánime.