Sáb. Sep 21st, 2024

Leonte Brea

Santo Domingo

El amor es un sentimiento subyugante, elusivo, invasivo, generoso, esperanzador, unificador, rupturante y perturbador.  Aparece  en la novela,  los cuentos,  la tragedia,  la comedia,  la poesía y en la política. En fin, en todas las dimensiones de la vida humana.  Es un afecto recurrente, por eso ocupa un lugar privilegiado en  el deseo, la acción y en las manifestaciones emocionales de los seres humanos.

Tiene que ver con sus realizaciones,  esperanzas, alegrías, frustraciones,  nostalgias,  aspiraciones, traumas y sus catarsis. Por eso se habla del amor a sí mismo y a los demás. Jubilosamente  del  logrado, con ansiedad del anhelado, con irritación del frustrado, con desidia del agotado,  tristemente del perdido, con nostalgia del pasado, con envidia del deseado pero sólo  conseguido por otros  y celosamente cuando se   teme perderlo por algún rival inoportuno.

Las vías de este afecto lucen infinitas, inconmensurables en el tiempo y en el espacio. Aparecen  en el amor cotidiano como  en el extraordinario, en el religioso,  el paterno,  el fraternal, el filial,  el  político, el  patriótico, platónico, tierno y hasta  en los estragos causados por el desamor y el afecto no correspondido. Pero también  en la nostalgia del primer amor no cuajado en su fin. Amor inacabado, interminable, en suspenso. Generador de  esperanzas inciertas por acariciar ilusiones casi siempre imposibles y  constituir  un residuo inconfundible de  pasiones pasadas y  un acompañante nostálgico del amante sublimado  en toda su pureza.

El amor, un sentimiento

Aunque todos hemos sentido diferentes  expresiones del amor por haberlas vivido en muchas de sus manifestaciones, tenemos dificultad para definirlas categóricamente. Estas limitaciones no son exclusivas del hombre común, son compartidas por los más conspicuos estudiosos de los estados  sentimentales.

Alberoni, por ejemplo, apunta a un sentimiento huidizo y enigmático, mientras Marina lo considera  un lío, porque, según su parecer, los humanos tienen ideas contradictorias sobre él. Aspecto compartido con Safo cuando lo significa como “bestezuela amarga y dulce” y con Ortega, por considerarlo una imbecilidad transitoria.

Ya sea un sentimiento, un deseo, una emoción, una pasión, un instinto cuya finalidad es la cópula sexual, o un arte o conocimiento, en el sentido de Fromm, muchos entienden que los conceptos claves del amor son la entrega, la fusión, el deseo sexual, la  identificación, la inclinación afectiva, “el dominio”, el lance hacia un nuevo proyecto de vida, la  atracción,  el respecto, la responsabilidad y hasta la idealización  del objeto amado.

Aunque estos aspectos son importantes,  evitaremos aventurarnos en la espesura  de tantas caracterizaciones porque podrían llevarnos por mil caminos  y a alejarnos del  objetivo central de este trabajo.

Estos planteamientos no nos llevan a negar la fascinación que nos produjo algunas metáforas surcadoras de luces en terrenos tan opacos. No lo negamos, pero no profundizaremos en ellas.

Como  la imagen luminosa que nos recorta Rilke cuando nos dice que el amor no es más que  dos soledades compartidas. Tampoco cuando Xirau se aproxima a Eros conjugando bellísimas ideas  para describirlo como  la revelación,  por parte del amante, de cualidades sólo observables por la mirada del que ama.

Factores indisolubles

El amor y el poder difícilmente pueden concebirse separadamente. En realidad son  caras de una misma moneda, pues están estrechamente unidos por tres conceptos básicos: la entrega, la autorrealización  y el dominio de la voluntad y conciencia de los otros. Nadie puede pensar que estas categorías son exclusivas del amor o de la política.

Así es, pues no puede concebirse el afán de poder en un sujeto que no luche por alcanzarlo, que no busque dominar  la voluntad de otras personas y que  la conquista  de estos objetivos no  persiga, a su vez,  el respecto de los demás y  la  autorrealización. Esto, como se ha visto, puede conseguirse por  temor, pero también por  la seducción y  la persuasión amorosa.   

Con el poder se busca no sólo   adquirir dinero, fama e influencia, sino también  amor   en su expresión de afecto, consideración, preocupación, atención  y  respeto, pues las personas requieren ser amadas, reconocidas, alabadas y respetadas para sentirse realizadas.

Probablemente estas ideas fueron las que impulsaron  a Botton a recurrir  a Adam Smith  para   entender  el sentido de la avaricia, la ambición  y la búsqueda de dinero y poder por parte del sujeto social. Smith es categórico al analizar estos sentimientos, pues, sin ningún pudor,  nos habla de las ventajas derivadas  de estos afanes. Entre otras, destaca: “ser observado, escuchado o tenido en cuenta con simpatía, complacencia y aprobación”. 

Punto de vista compartido por William James, quien en Principios de psicología  se lanza tras la captura de los sentimientos que embargan a las personas sin valor social para determinadas colectividades.  Asegura el psicólogo norteamericano: “Si fuera posible físicamente, no se podría concebir castigo más diabólico que soltar a alguien en la sociedad y que pasara absolutamente desapercibido entre todos sus miembros”.

El enamoramiento y la  política

Lo más impactante  de esta relación es la coincidencia entre  Sánchez-Parga  y  Alberoni en cuanto a los fines de la política y  del enamoramiento. El primero nos revela que el pensamiento político no hace más que reproducir el ejercicio esencial del poder: “unir lo separado y separar lo unido”.  Ejercicio que de ninguna manera  lo desvincula del empleo del miedo  en los procesos políticos. El segundo, Alberoni, sostiene que el enamoramiento consiste en “separar lo que estaba unido y unir lo que estaba dividido”. Estos planteamientos, son sorprendentes, porque la política, tal como la concibe Sánchez-Parga, no es visualizada a luz de las ideas del bien común y la justicia expuestas por Platón en La República, sino del pragmatismo maquiavélico. Y son sorprendentes estos planteamientos, además,  porque el amor siempre se ha concebido  como la antípoda de esta concepción  política.

Alberoni se encarga de ilustrar  su enfoque del enamoramiento a tal punto – une lo que estaba dividido y separa lo que estaba unido–   que nadie que haya vivido esta experiencia es capaz de refutarlo seriamente. Afirma que todo enamoramiento es una trasgresión de un orden, de una norma o costumbre. En fin, lo conceptualiza como un acto desafiante y hasta revolucionario.

Aunque lo cita, no toma como ejemplo paradigmático la forma más extrema de unión  y  separación de una pareja como es el adulterio. Para él, la infidelidad sólo constituye un caso particular. Le basta  un ejemplo sencillo para esclarecer esta nueva  unión y  separación del colectivo de dos en su nacimiento. Se refiere a la adolescencia como  forma de ruptura con la familia de la infancia. Pero también pudo habernos hablado de las reagrupaciones, fusiones y rompimientos  que se dan entre los amantes con sus familiares, con sus ideas y los amigos de toda una vida.

La fusión de los amantes   desconstruye  y  construye nuevos intereses, visiones del mundo, realidades y emociones. En este periodo de pasión amorosa, semejante a la locura, según Platón,  los enamorados, al reconstruir su mundo bajo el “nuevo colectivo” hacen “conciencia”  de que muchos amigos entrañables no eran tan amigos como lo habían pensado,  de que familiares queridos  no eran las gentes altruistas y cariñosas que  habían creído y  que muchas  ideas,  preciados por tanto tiempo como valiosas, carecían  de sentido, o sólo eran fantasías inviables  bajo el marco de este nuevo enfoque de la afectividad humana.

Estos comportamientos y sentimientos tan ambiguos  entre  individuos que comparten una convivencia íntima, los analiza Freud en Psicología de las Masas. Para tal fin, recurre, primeramente, a la parábola de los puercoespines de Schopenhauer, cuya moraleja no es otra de que las personas no soportan una aproximación demasiada íntima con los demás. Luego los tamiza con la fina criba del psicoanálisis para asegurarnos que las relaciones íntimas  de alguna duración, dejan  un sedimento de hostilidad que requieren de la represión para hacerlo desaparecer. Finalmente, nos arrastra al campo de  la naturaleza humana, con la finalidad de hacer compresivos aquellos espacios donde el foco conceptual del psicoanálisis no alumbraba con su acostumbrado fulgor.

Según Freud, tendemos a utilizar un modelo extremadamente racionalista cuando la hostilidad se manifiesta contra la persona amada. Y esta hostilidad  la  concibe  como una forma de  ambivalencia afectiva producto de los conflictos cotidianos que se dan en estas relaciones. Pero cuando la repulsión se manifiesta contra personas extrañas, entonces, la entiende como una expresión narcisista que ve en cualquier  diferencia con los extraños, una especie de crítica. Por último,  nos habla de  la repulsión a la diferenciación como “una disposición al odio y agresividad (de la condición humana), a las cuales podemos atribuir un carácter elemental”. Aspecto relativamente coincidente con la visión maquiavelista sobre la tendencia del hombre a ser  más inclinado al mal que al bien. Este desprecio a la diferenciación está estrechamente emparentado  con  el recelo  o el odio del poderoso hacia las personas  que se destacan en la organización por considerarlas  competidoras desleales o malagradecidas.

Política y poder frente al amor

Sucede lo mismo con la expresión cotidiana de la política real,  pero fundamentalmente con la que se origina en los momentos de grandes transformaciones sociales. Desde luego que en los procesos de poder,  donde se une  lo que estaba dividido y se  separa  lo que estaba unido,  intervienen numerosos factores emocionales y desiderativos como el odio, la ambición, la codicia, la envidia, el resentimiento, el rencor, la venganza, el deber, los celos y el egoísmo. Inciden, igualmente, el enamoramiento, la entrega pasional al líder y algunos  factores  de orden racional como el cálculo de los medios  para alcanzar ciertos objetivos.

La historia  constituye una colección  de ejemplos políticos  de   separación de lo que estaba unido y unificación  de lo que estaba separado.  Las guerras civiles que dividen a los nacionales  y une a los  contrincantes  con grupos y  potencias  extranjeras enemigas, ilustran la política en su función de unificación y separación. Lo más dramático de todo esto lo encontramos cuando los miembros de un partido o familiares se separan unos de otros con odio y resentimiento y se alían con sus enemigos por conveniencia y ambiciones políticas o personales. En muchos de estos casos se llega a la delación, a la intriga, a la infidelidad conyugal, al comercio sexual, al transformismo, al oportunismo,  al crimen  y a cualquier forma de agresión que pudiera sacar del juego del poder a personas ligadas por lazos sanguíneos, amistosos, religiosos e ideológicos.